Al pie de la cruz, María y Juan, la madre y el discípulo amado. María, Madre de Dios ha dicho sí al ángel, anulando la tragedia de nuestra libertad. Engendró en la apacible transparencia de su cuerpo. Ahora una espada le traspasa el corazón. Juan el único discípulo fiel hasta el final. En la última cena su cabeza se había reclinado sobre el corazón del maestro. Ha retenido las últimas palabras, la unidad de Jesús y el padre, la promesa del Espíritu Santo.
Mujer, dice Jesús, ahí tienes a tu hijo, luego dice al discípulo amado, ahí tienes a tu madre. Y Juan la acoge en su casa, en su amor, presencia ahora silenciosa del gran silencio de la adoración.
He aquí la primera Iglesia nacida del madero de la cruz. Es como un primer Pentecostés, cuando Jesús, inclinando la cabeza, entrega el espíritu.
Cristo del Consuelo, palpo aquí la obra maestra de tu bondad para conmigo. Entre todos los instantes de vuestra cruel agonía, ninguno hay tan precioso para mí como el de vuestro completo desamparo.
Un Dios abandonado de todos para que yo no lo sea jamás. Esta última prueba de tu amor se adueña de mi desconfianza.
Creo, siento, veo ya que queréis salvarme. Cristo del Consuelo, desamparado divino, a ti ye invocaré en mis abandonos, y a ti ofreceré todos mis desamparos. Amén