Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino. Jesús le respondió: Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso.
El buen ladrón reconoció al Señor en la cruz. Algunos no lo reconocieron cuando hacía milagros, y él lo reconoció cuando estaba en la cruz. Tenía clavados todos sus miembros. Las manos estaban sujetas con clavos y sogas, los pies habían sido taladrados, todo el cuerpo estaba adherido al madero.
En su corazón creyó, con la lengua confesó su fe. Le dijo: acuérdate de mí. Esperaba su salvación para el futuro y estaba contento de recibirla tras un largo plazo de tiempo. Pero el día se hizo esperar. Le dijo el Señor: Hoy mismo estás conmigo en el madero de la cruz, hoy también estarás conmigo en el árbol de la salvación.
Cristo del Consuelo, palpo aquí la obra maestra de tu bondad para conmigo.
Entre todos los instantes de vuestra cruel agonía, ninguno hay tan precioso para mí como el de vuestro completo desamparo.
Un Dios abandonado de todos para que yo no lo sea jamás. Esta última prueba de tu amor se adueña de mi desconfianza.
Cristo del Consuelo, desamparado divino, a ti te invocaré en mis abandonos, y a ti ofreceré todos mis desamparos.