Jornada de Oración con toda la provincia ibérica.


En el nombre del Padre y del Hijo
y del Espíritu Santo. Amén

Himno
¡San José, cuídanos!
(Edith Stein en la fiesta de San José de 1939)

El cielo, pesado y oscuro, se nos cae encima.
¿Es que siempre es noche y la luz nunca más quiere aparecer?
¿Es que el Padre, arriba, se ha apartado de nosotros?
Como una pesadilla la necesidad oprime el corazón.
¿No hay ningún salvador a la redonda?
¿Alguien que pueda ayudar?
¡Mira! un rayo se abre paso victoriosamente entre las nubes.
Una lúcida estrella amistosamente mira hacia abajo,
como un ojo paternal, bondadoso, clemente.
Y así acepto todo lo que nos angustia,
lo alzo y lo deposito en las manos fieles:
¡Acógelo!
¡San José, cuídanos!

Fuertes tormentas braman por la tierra;
robles, que hundían sus raíces en el corazón de la tierra,
y que orgullosos alzaban sus copas hacia el cielo,
yacen ahora desenraizados y quebrados.
Horror de la devastación por todas partes.
¿La tormenta no sacude incluso el alcázar de la fe?
¿Se quebrarán sus santos pilares?
Nuestro brazo es débil, ¿quién los sostendrá?
Suspirantes elevamos las manos hacia ti:
Tú, como Abraham padre en la fe,
fuerte en la candidez del niño, poderoso
por la fuerza de la obediencia y de la recta intención:
ampara el sagrado templo de la Nueva Alianza,
Sé tú su refugio
¡San José, cuídanos!

Si tenemos que caminar a tierra extranjera,
o buscar posada de casa en casa,
vete por delante como guía fiel,
tú, compañero de camino de la Virgen Purísima,
tú, padre fielmente preocupado del Hijo de Dios.
Belén y Nazaret, incluso Egipto,
será nuestro hogar, si tú permaneces con nosotros.
Donde tú estás, está la bendición del cielo.
Como niños seguimos tus pasos;
llenos de confianza nos ponemos en tus manos:
Sé tú nuestro hogar:
¡San José, cuídanos!

Salmo 50

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa;
lava del todo mi delito,
limpia mi pecado.

Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado: contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.

En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.

Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría. Rocíame con el hisopo: quedaré limpio; lávame: quedaré más blanco que la nieve.

Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados. Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso: enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.

Líbrame de la sangre, oh Dios,
Dios, Salvador mío, y cantará mi lengua tu justicia. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.

Los sacrificios no te satisfacen: si te ofreciera un holocausto, no lo querrías. Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias.

Señor, por tu bondad, favorece a Sión, reconstruye las murallas de Jerusalén: entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos, sobre tu altar se inmolarán novillos

Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén

De la carta del apóstol San Pablo a los romanos

Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros?

El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con él graciosamente todas las cosas?

¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es quien justifica.

¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, el que murió; más aún el que resucitó, el que está a la diestra de Dios, y que intercede por nosotros?

¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?

Como dice la Escritura: “Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero.
Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó.

Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades, ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrán separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro.

Salmo 122

A ti levanto mis ojos,
a ti que habitas en el cielo.

Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los

ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están

nuestros ojos en el Señor, Dios nuestro, esperando su misericordia.

Misericordia, Señor, misericordia, que estamos saciados de desprecios;
nuestra alma está saciada
del sarcasmo de los satisfechos, del desprecio de los orgullosos

De evangelio según San Marcos

Aquel día, al atardecer, les dice Jesús: «Vamos a la otra orilla».
Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua.
Él estaba en la popa, dormido sobre un cabezal. Lo despertaron, diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?». Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar: «¡Silencio, enmudece!». El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Se llenaron de miedo y se decían unos a otros: «¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar lo obedecen!».
Meditación

Hemos escuchado a San Pablo que nos ha dicho: nada nos separara del amor de Dios, y Jesús, en el evangelio de San Marco nos dice: “¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?”. El cristianismo es buena noticia del amor Dios, y es por tanto una invitación a la confianza en nuestro Dios y Padre, un Dios con corazón y sentimientos, un Dios que en estos momentos sufre y se duele con nosotros.
Hemos invocado a San José, con palabras de nuestra hermana Edith Stein, cuando da la impresión de que el cielo, pesado y oscuro, se nos cae encima, y le hemos pedido que nos cuide a nosotros, como cuido a Jesús y a María, como cuido de nuestra Santa Madre Teresa y de su obra.
En el pasado no era extrañar que las religiones pensasen que las epidemias eran un castigo divino por el mal comporta¬miento del hombre. ¿Quién podía ser capaz, si no, de causar tanto pesar y tanto horror? Pero con el evangelio en la mano y mirando a Jesús, resulta innegable que el hombre repite las mismas malas acciones y parece no apren¬der de la experiencia, pero Dios, el que nos ha dado su hijo, como amigo y hermano, no para con denar, sino para salvar, no castiga a nadie. Es el ser humano quien ha provocado las guerras, las hambrunas y la miseria. Los insectos, tan ajenos a todo lo que ocurre a su alrededor, los patógenos, simplemente, y siguiendo la ley de la naturaleza, se aprovechan de las circunstancias.
En este día en que celebramos el aniversario del nacimiento Santa Teresa, nuestra Madre, deberíamos hacer nuestra su invitación: “no os pido sino que le miréis”. ¿Mirar a quién?, a Jesucristo, y en él a todos los que hoy sufren con esta pandemia del coronavirus. Hoy cuando nuestros templos están cerrados, cuando el culto público y solemne se ha refugiado en la casas y en oración silenciosa, los creyentes más que nunca miramos a aquel del que afirmamos que es nuestro bien y nuestra esperanza, a Jesucristo, no sólo el crucificado, sino el que paso por el mundo haciendo el bien, encarnando en sus acciones la bondad y compasión del mismo Dios. Miramos también a los que sufren la enfermedad del coronavirus, a los que pierden la vida por ella. Hoy, más allá del sufrimiento que vemos en nuestras cercanías, en nuestros vecinos de la ciudad, en nuestros compatriotas, descubrimos que los otros, los de otros países, de otras religiones o culturas, que sufren como nosotros, son también mis hermanos.
En estos momentos de templos cerrados los cristianos están ahí, unos, como buenos, ciudadanos, retirados en el interior de sus casas; otros como enfermos sufriendo el contagio; muchos en la atención, como profesionales de la sanidad y de los servicios públicos, atendiendo a los necesitados. Todos rezando en el silencio del retiro familiar. Esto también nos ayuda a comprender dónde está Dios, pues a Dios no le podemos encerrar, y lo hacemos con frecuencia, en determinados lugares, templos, ciudades sagradas, capillas, que tal vez por sagrados están alejados de la vida, de la realidad, de donde de verdad habita Dios.
Dios está allí donde la vida se humaniza, donde se redime de todo aquello que la amenaza, que la quita dignidad y hermosura. Dios está allí donde alguien se esfuerza por hacer felices a los demás, donde alguien gasta su vida por los necesitados. Hay una anécdota que cuentan los judíos que aconteció después de la destrucción del templo de Jerusalén, a finales del siglo primero. Salían de Jerusalén dos rabinos, dos maestros religiosos del pueblo, y uno de ellos se fijó en el templo destruido y exclamo: ¡hay de nosotros! El lugar donde se expiaba por las iniquidades de Israel ha quedado desolado. El otro rabino te contestó: Hijo mío, no te apenes. Tenemos otra expiación tan eficaz como esa. La oración y los actos de caridad, como está dicho: Misericordia quiero y no sacrificios. En estos gestos de la oración y la caridad Dios está con nosotros.

Súplica litánica

TE ADORAMOS, SEÑOR.

Verdadero Dios y verdadero hombre,
Te adoramos, Señor

Salvador nuestro, Dios con nosotros, fiel y rico en misericordia
Te adoramos, Señor

Rey y Señor de lo creado y de la historia
Te adoramos, Señor

Vencedor del pecado y de la muerte
Te adoramos, Señor

Amigo del hombre, resucitado y vivo a la derecha del Padre
Te adoramos, Señor

CREEMOS EN TI, SEÑOR

Hijo unigénito del Padre, que bajaste del cielo por nuestra salvación
Creemos en ti, oh Señor

Doctor celestial, que te inclina sobre nuestra miseria
Creemos en ti, oh Señor

Cordero inmolado, que te
ofreces para redimirnos del mal
Creemos en ti, oh Señor

Buen Pastor, que das tu vida por el rebaño que amas
Creemos en ti, oh Señor

Pan vivo, que nos das la Vida eterna
Creemos en ti, oh Señor

LIBRANOS, SEÑOR

Del poder de pecado y las seducciones del mundo.
Líbranos, Señor

Del orgullo y la presunción de poder prescindir de ti
Líbranos, Señor

De los engaños del miedo
y de la angustia
Líbranos, Señor

De la incredulidad y la desesperación
Líbranos, Señor

De la dureza del corazón y de la incapacidad de amar
Libéranos, Señor

SÁLVANOS, SEÑOR

De todos los males que afligen a la humanidad
Sálvanos, Señor
Del hambre, la carestía y el egoísmo.
Sálvanos, Señor
De las enfermedades, epidemias, y del miedo al hermano.
Sálvanos, Señor
De los intereses egoístas y de la violencia
Sálvanos, Señor
Del engaño, de la mala información y de la manipulación de las conciencias
Sálvanos, Señor

CONSUÉLANOS, SEÑOR

Mira a tu Iglesia, que atraviesa el desierto
Consuélanos, Señor

Mira a la humanidad, aterrorizada de miedo y de angustia
Consuélanos, Señor

Mira a los enfermos y
moribundos, oprimidos por la

soledad
Consuélanos, Señor

Mira a los médicos y profesionales de la salud, cansados de la fatiga.
Consuélanos, Señor

DANOS TU ESPÍRITU, SEÑOR.

En la hora de la prueba y la pérdida.
Danos tu Espíritu, Señor

En la tentación y la fragilidad
Danos tu Espíritu, Señor

En el combate contra el mal y el pecado
Danos tu Espíritu, Señor

En la búsqueda del verdadero bien y la verdadera alegría
Danos tu Espíritu, Señor

En la decisión de permanecer en Ti y en tu amistad
Danos tu Espíritu, Señor

ÁBRENOS A LA ESPERANZA, SEÑOR

Si el pecado nos oprime
Ábrenos a la esperanza, Señor

Si el odio nos cierra el corazón
Ábrenos a la esperanza, Señor

Si el dolor nos visita
Ábrenos a la esperanza, Señor

Si la indiferencia nos preocupa
Ábrenos a la esperanza, Señor

Dirijámonos al Padre que vela
por todas las cosas

Padre nuestro, que estás en los cielos,
Santificado sea tu nombre,
Venga a nosotros tu reino,
Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo;
Danos hoy nuestro pan de cada día,
Perdona nuestras ofensas,
Así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
Y no nos dejes caer en la tentación,
Más líbranos del mal.


Oremos:
Dios omnipotente y misericordioso,
mira nuestra dolorosa condición:
conforta a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza,
para que sintamos en medio de nosotros tu presencia de Padre.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que es Dios, y vive y reina contigo,
en la unidad del Espíritu Santo,
por los siglos de los siglos. Amén.

Invocación a la Virgen María

“Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza.

Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe.
Tú, Salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba.

Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección.

Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas que estamos en la prueba y libéranos de todo pecado, o Virgen gloriosa y bendita”.