Semana Santa

La Semana Santa es tiempo para la contemplación, “poner los ojos en Cristo”, decía el apóstol; “nos os pido, sino que le miréis”, gritaba Santa Teresa. Y la contemplación requiere sosiego, silencio, quietud interior, para lograr hacernos una composición de aquellos acontecimientos de la vida de Jesús, al que confesamos nuestro bien y salvación. 

            Todos al llagar la Semana Santa escuchamos el grito: “Contempla y mira”. ¿A quién hemos de contemplar? Al que hemos de mirar es Cristo, el Señor, que montado en una borrica entra entre aclamaciones en Jerusalén. Al maestro que parte el pan y reparte el vino a sus discípulos. Al hombre que, orando a su Dios y padre, llora amargamente en la soledad de la noche. Al amigo que por unas míseras monedas es vendido a las autoridades. Al discípulo que llora su cobardía por haber traicionado al amigo. Al buen Jesús que,  despojado de sus vestidos, es azotado y convertido en objeto de burla. Al hombre bueno que, cargado con un pesado madero, es llevado a un cerro en las afueras de la ciudad para ser ajusticiado. A la madre que, al encontrase a su hijo en la calle de la Amargura, clama: “¡Hay dolor mayor que mi dolor!” Al que confesamos como hijo de Dios que, clavado en una cruz, se siente abandonado de todos y siente lejos a su Dios y Padre. Al que habiendo sanado a los enfermos y dado vida a los muertos, como todo muerto, reposa en el sepulcro y descansa en paz.

            Y escucharemos: Levanta tus ojos y contempla el árbol santo de la cruz. Pero también se nos invita a hacer el camino de las Santa mujeres y contemplar el sepulcro vacío y escuchar la misteriosa voz que nos dice: “No busquéis entre los muertos al que vive”.

            Os invito a prepararos para que en Semana Santa la  Pasión, sea una pasión viva y vivida, donde el verdadero protagonismo sea de Cristo y del pueblo que le contempla y que se hace compasivo con él y con su madre. 

            Que esta Semana tan atípica, sin celebraciones solemnes en San Benito, la sede de nuestra cofradía, sin calles y sin desfiles procesionales, no falte la meditación de  la pasión en el interior de vuestras casas, que sintáis el dolor y el sufrimiento de las víctimas del coronavirus es también el dolor del Señor. Y es Jesús muere por ti, por mí, por todos. Que al contemplar a Cristo escarnecido, humillado, muerto, pero también resucitado, os preguntéis: ¿Por qué?, y  lleguéis a comprender la hondura que encierra el misterio de la encarnación, de un Dios que se hace hombre, que comparte nuestro destino de muerte, para que nosotros, por la fuerza del amor de Dios, compartamos un día con él su destino de gloria.

            Al comienzo de la Semana Santa os invito a la contemplación de Cristo, el “pastorcito” sólo que está penado, con el pecho del amor muy lastimado, que no llora por haberle amor llagado, más llora por pensar que está olvidado”, y que esa compasión  os lleva a no olvidarle, sino a hacer vuestro su dolor, el dolor de tantos que como él, con los que él se identifica, sufren injustamente cada día. Que el verle, ahí, sólo, pensativo, clavado en la cruz, con el cuerpo escarnecido, “al ver sus afrentas y su muerte”, os lleve a no dejarle en el olvido, pues él no se olvida de nosotros; él te ama, y te seguirá amando en la vida y más allá de tu muerte. Él que es más grande que tu corazón y tus pensamientos, te seguirá amando más allá de tus debilidades, de tus tentaciones y tus caídas.

Os invito a contemplar y meditar en el Cristo muerto en la cruz, nuestro Cristo del Consuelo, al que el Libro de los Hechos de los apóstoles presenta como el que pasó haciendo el bien. Que esa meditación os lleve a haceros solidarios de esos otros Cristo, los de carne y hueso, que los hay hoy en nuestro mundo, a los que se infringe un daño injusto, inmigrantes, pobres, víctimas de esta pandemia del coronavirus. El Cristo del Consuelo, Cristo clavado en la cruz, se presenta ante nosotros como la memoria, que no debe ser nunca olvidada, de todos  aquellos que han sido arrancados de forma violenta de la tierra de los vivos, de todos aquellos a los que se  despoja de su honor y de su dignidad por cuatro perras, de todos los enfermos y los que sufren por cualquier causa en nuestros días. El Cristo del consuelo, clavado en la cruz, se convierte en condena de toda práctica de opresión, así como de los mecanismos de sufrimiento y muerte que siguen proliferaron en nuestro mundo.