Durante años, en la tarde del viernes santo, Junto al Cristo del Consuelo, hemos meditados sobre las cruces de nuestro tiempo, el sufrimiento del ser humano y de nuestro mundo, como sufrimiento de Cristo. Dejamos aquí algunas de esas meditaciones que nos ayudan a orar en estos días, ante el Cristo del Consuelo, en solidaridad con todos los que en estos días sufren con la epidemia del coronavirus, y con tantos samaritanos, que les atienden y ayudan, y nos ayudan a nosotros.
Dios mío, Dios mío, porque me has abandonado.
Este es el grito desesperado de Cristo, verdadero hombre, desgarrado por la soledad. Es también el grito del hombre actual que reclama a Dios una palabra de aliento y que mira al Cielo sin encontrar la sonrisa de Dios. Es la desesperación de la muerte, la agonía de la nada, la depresión del sinsentido, la angustia del sufrimiento.
El grito de Cristo es el grito de la humanidad sufriente y desesperanzada, que camina sin destino, incrédula de la Providencia divina.
El grito de Jesús en la cruz, el grito de la humanidad doliente ante el sentimiento de orfandad, el grito de un mundo que no quiere sucumbir ante la cultura de la muerte, nos representa a todos.
Mirando al que traspasaron deberíamos orar diciendo:
Cristo, / te amo, / no porque hayas descendido / de una estrella, / sino porque me enseñaste / que el hombre está hecho de sangre, / de lágrimas,
/ de angustias… / Sí… Tú me enseñaste / que el hombre es Dios, / un Dios crucificado como tú, / y aquel que está a tu izquierda, / en el Golgota, / el mal ladrón, / también es Dios.
La cruz de la enfermedad y la marginación
La venida de Jesús al mundo adquiere en la historia una nueva dimensión al identificarse con los pobres y crucificados del mundo. El, que pronunció sobre el pan estas palabras: Esto es mi cuerpo, dijo también estas mismas palabras hablando de los pobres, de los enfermos al afirmar que lo que hacemos o dejamos de hacer con el hambriento, con el sediento, con el preso, con el enfermo o con el forastero, conmigo lo hacéis
La enfermedad y la cruz es cruz que se alza en nuestro mundo, que sigue perpetuando la pasión de Cristo en la historia, pues mientras un ser humano malviva o muera, con el sigue muriendo Jesús hoy en la cruz. En pleno siglo veintiuno, y esto no siempre es noticia, siguen muriendo de hambre y de enfermedades millones de personas con las que se identifica el mismo Jesús.
Cristo es condenado y conducido al Calvario con los que sufren y mueren a causa del hambre y de las enfermedades crónicas que matan a nuestros hermanos los hombres.
Señor, te pedimos por aquellos seres humanos, nuestros hermanos, que cada día mueren sin ser noticia, sin que nadie se vea afectado por ello. En su rostro se refleja tu rostro. Señor, gracias por tantos hermanos compasivos, que como Verónica, trabajan sin descanso para crear comunidades de acogida para los enfermos que nadie quiere tratar, para devolver la dignidad a los seres humanos, para limpiar el rostro de nuestros hermanos los seres humanos.
La cruz de los que ayudan a los otros a llevar su cruz
Jesús fue ajusticiado porque, en nombre de Dios, había puesto al hombre por encima del templo, por encima del imperio romano, por encima de la seguridad que da la ley cumplida y por encima de la tranquilidad o el prestigio que da la riqueza poseída.
Por vivir así, unos le condenaron en nombre de Dios, por blasfemo, y otros creyeron que era el Ungido de Dios.
Pensar que Jesús acepta la muerte porque tiene mucho aguante y es muy sufrido, o porque tiene que cumplir con un plan que le ha sido impuesto por el Padre, es no haber entendido para nada la enseñanza del Señor.
Toda su vida Jesús ha buscado la voluntad del que le envía. Ha hecho todo lo posible por devolver a Dios su verdadero rostro, queriendo destruir las máscaras con que se disfraza a Dios para utilizarlo en beneficio propio, con lo cual los dirigentes de su pueblo han visto amenazado sus intereses.
Llevar la cruz no es aguantar con paciencia y resignación la injusticia en el mundo, sino rebelarse contra la injusticia, para que en el mundo no haya más atropellos. Para Jesús la cruz es el resultado de haber apostado por los pobres, los oprimidos, los marginados, los humillados, es ponerse de parte de ellos, colocarse al lado de los pequeños, para que su situación cambie.
Señor, bendice a todos nuestros hermanos cristianos que viven y trabajan por los menos afortunados
Amigos, al contemplar al que traspasaron en la cruz, a nuestro Cristo del Consuelo, y habiendo recordado algunas de las cruces que perpetúan su pasión en el tiempo, dejad que os recuerde su última palabra, cuando aparentemente moría sólo y abandonado: Padre, en tus manos encomiendo mi vida.
El drama de nuestro tiempo es que nuestros contemporáneos han olvidado la alegría de la Resurrección, el gozo de la Esperanza, la sonrisa de un Dios que no abandona a sus criaturas en el sufrimiento, como no abandonó a Jesús en la cruz.
Aunque mirando fríamente la cruz de la impresión de que estamos huérfanos, esto no es así. Dios sigue empeñado en ser nuestro Padre y en ofrecernos el perdón y la vida.
Los cristianos necesitamos recuperar la alegría del perdón y de la reconciliación. Necesitamos vibrar con el regalo de un Dios que se abaja hasta la peor de las humillaciones.
Dios es Padre, generador de vida, por eso nosotros podemos sentirnos hermanos.
Este es nuestro Dios. El que se desgasta por amor a los hombres, aunque nos empeñemos en negarle con nuestros hechos y leyes. El que nos ama traspasando los límites de lo ridículo, aunque nos empeñemos en vivir de espaldas a la felicidad que nos ofrece.
El es un Dios de vivos, no de muertos. Es un Dios de espíritus jóvenes, no de arrugados. Es un Dios de hombres libres, no de esclavos ni de superhombres. Es el Dios de la Resurrección que festejaremos con solemnidad mañana en la Vigilia Pascual.
A ese Dios, como Jesús, podemos encomendarle nuestra vida.
Amigos, mirad hoy y siempre al que traspasaron, a Jesús, el crucificado por amor, y haced vuestro su camino.