Luis J. F. Frontela
La Cofradía del Santo Sepulcro, encuadrada dentro del amplio movimiento en torno a la Semana Santa de Valladolid, está formada por cristianos, personas que se sienten Iglesia, que tienen por finalidad rendir culto a Cristo, «nuestro bien, fuente perenne de salvación», y de forma secundaria, animan los desfiles procesionales.
La procesión, al margen de la manipulación que se puede hacer de ella, es una catequesis, una enseñanza a través de las imágenes de la historia evangélica, en este caso de la pasión del Señor. La procesión debe estar siempre, única y exclusivamente, al servicio de la transmisión de la fe cristiana que es «el anuncio de Jesucristo para conducir a la fe en El». Los cofrades del Santo Sepulcro deberían ser como aquellos primeros cristianos que ardían en deseos de anunciar a Cristo: «No podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído». Si en el centro de la catequesis encontramos esencialmente la persona de Jesucristo, pues se enseña a Cristo y todo lo demás en referencia a él. Esto mismo se debería decir de nuestras procesiones.
No se es cristiano porque sí, o porque de vez en cuando saquemos una imagen de Cristo en procesión por la calle. Se es cristianos porque somos capaces de reconocer a Jesucristo como algo más que un personaje del pasado, como salvador y revelación o manifestación de Dios, lo cual implica conocer a Jesucristo, es decir los datos básicos que nos ayudan a situar a Jesucristo en el tiempo y en la historia. Y esos datos incontestables acerca de la vida de Jesús, aceptados aún entre los más críticos, son los siguientes: nació en Palestina, en torno al año 4 a.C., conocemos el nombre de su madre, María, y de algunos de sus parientes, sabemos que fue judío de Galilea y que el inicio de su vida pública estuvo relacionada con Juan el Bautista. No hay dudas de que reunió un grupo de seguidores, que su predicación estaba centrada en el Reino y que muchos de sus contemporáneos estaban convencidos de que hacía curaciones milagrosas y expulsaba los demonios. Su actividad y predicación chocaron contra los jefes religiosos judíos y las autoridades romanas, y que esta oposición lo llevó a ser juzgado y crucificado en Jerusalén en vísperas de la Pascua, posiblemente el 7 de abril del año 30. También es un dato seguro que sus discípulos, a los pocos días de su crucifixión, comenzaron a predicar que él estaba vivo y continuaron un movimiento con identidad propia, que fue perseguido al menos por algunos judíos. Para ser cristiano debemos conocer lo que él ha enseñado; la paternidad de Dios, y, como consecuencia, la fraternidad entre los hombre, ya que todos somos amados de Dios, pues él quiere nuestro bien y nuestra felicidad; la llamada a la conversión, al cambio de vida y de mentalidad que nos lleve a comprender que no es la violencia el camino para resolver los conflictos, que el perdón, la solidaridad, el compartir con los necesitados ayudan a forjar un mundo nuevo, que nadie debe ser marginado, lo que nos debe llevar a no instaurar barreras que dividen y separan a la gente; que Dios está siempre más allá de nuestros intereses y que no puede ser con fundido con el poder o la riqueza. Y para ser cristiano hay que tener la audacia de hacernos discípulos suyos. Ser discípulos quiere decir vivir como él vivió, o lo que es lo mismo, tener sus sentimientos, hacer nuestro los valores por el anunciados, haciendo del evangelio de su enseñanza el proyecto y programa de nuestra vida, tenerle a él por modelo de vida, tal y como afirmaba San Pablo al decir «no soy yo, es Cristo quien vive en mí».
Ser cristiano es tener la audacia de hacernos una y otra vez la pregunta que el mismo Jesús hacia a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?, y vosotros ¿quién decís que soy yo?». Si no somos capaces de responder esta pregunta difícilmente podemos llamarnos cristianos, confesando a Cristo como hijo de Dios, «nuestra esperanza y salvación». Ser cristiano es rezar a Jesús, proclamarlo Señor, considerándolo superior a todo: al templo, a la tradición, a la ley, al estado, a los ritos y al folclore religioso con que a veces envolvemos nuestras manifestaciones religiosas, no haciendo de él un reclamo publicitario para vender nuestros interés muy mundanos, y estar convencido de que Jesús es el referente universal y definitivo para la salvación, ese deseo de vida en plenitud, ahora y más allá de nuestra existencia histórica.
Si no tenemos fe, si no hacemos el camino creyente no llegaremos a acceder al misterio de Cristo. Y ¿qué es la fe?, podemos preguntarnos. La fe es una actitud de confianza en alguien, ese alguien es Dios que nos ha dirigido su palabra en Jesucristo. El catecismo de la Iglesia nos dice que la fe es ante todo «una adhesión personal del hombre a Dios”. Pero añade enseguida: “es al mismo tiempo e inseparablemente el asentimiento libre a toda la verdad que Dios ha revelado”. Dicho de forma más sencilla, la fe consiste en la relación con Dios que se realiza mediante la obediencia de nuestro entendimiento a las verdades reveladas y enseñadas por la misma Iglesia. Según esta afirmación creer es un “acto religioso”, que, ante todo, supone el “sometimiento de la razón” a lo que enseña la Iglesia que se funda en la enseñanza del mismo Jesús.
Lo que la Iglesia cree de Cristo, el credo, hunde sus raíces en el modo que tuvo Jesús de creer en Dios, en su vida y en sus enseñanzas. Habría sido un engaño que la Iglesia inventara su creencia. Pero sin la experiencia espiritual de la Iglesia salvaguardada en su credo, y trasmitida de generación en generación en sus seno hasta nuestros días, jamás nos habríamos enterado de la experiencia espiritual de Jesús.
¿Qué distingue el cristianismo de todas las otras religiones? No nos distingue el folklore religioso, tampoco nuestros desfiles procesionales, ni el que nos enfundemos un hábito en determinadas fechas. Lo que nos distingue, lo específico del cristiano, y lo que no hemos de perder, es Cristo mismo. Todos los cristianos creen que Jesucristo es Dios encarnado. Dios en carne humana. Si no creyeran eso, no serían cristianos. Ningún no cristiano cree eso. Si lo creyeran, serían cristianos. «La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana”.
No podremos entender nunca el cristianismo, el movimiento de los que creen en Jesucristo, al margen de su persona. A lo largo de la historia han existidos muchos grandes maestros religiosos que siempre han estado subordinados al mensaje que enseñaban, sólo Jesús se identifica con la propia enseñanza: Buda dijo: «No miréis hacia mí, mirad hacia mi doctrina», en cambio Jesús dijo: «Venid a mí». Buda dijo: «Sed lámparas de vosotros mismos», Jesús enseñó: «Yo soy luz del mundo». Y viniendo más cerca de nosotros, si Moisés y Mahoma afirmaron ser sólo ser profetas de Dios, Jesús proclamó ser Dios. Todos los fundadores religiosos que han existido afirmaron que enseñaban la verdad, sólo Cristo afirmo ser la Verdad.