Triduo en honor a la Virgen de la Alegría. Día 3°.

Día Tercero
De la vida de Nuestro Salvador de Fray Luis de Granada

Estaría la santa Virgen en aquella hora en su oratorio recogida esperando esta nueva luz. Clamaba en lo íntimo de su corazón y, como piadosa mujer, daba voces al Hijo muerto al tercer día, diciendo: Levántate gloria mía; vuelve triunfador, al mundo; recoge, buen pastor, tu ganado; oye, Hijo mío, los clamores de tu afligida Madre y, pues éstos te hicieron bajar del cielo a la tierra, éstos te hagan ahora subir de los infiernos al mundo.

En medio de estos clamores y lágrimas resplandece súbitamente aquella pobre casita con lumbre del cielo y se ofreciese a los ojos de la Madre el Hijo resucitado y glorioso. Al que vio penar entre ladrones, lo ve acompañado de santos y ángeles. Al que la encomendaba desde la cruz al discípulo, ve cómo ahora extiende sus brazos y le da dulce paz en su rostro. Al que tuvo muerto en sus brazos, lo ve ahora resucitado ante sus ojos, lo tiene y no lo deja; lo abrázalo y le pide que no se le vaya. Entonces, enmudecida de dolor, no sabía qué decir; ahora, enmudecida de alegría, no puede hablar.

(unos segundo en silencio)

María, Madre de Dios, tú eres para nosotros la Virgen de la alegría, porque fuiste invitada a vivir alegre, ya que Dios te escogida y te llamó, para ser madre de su hijo. Tú formaste en tus entrañas, y llevaste en tus brazos a quien creo el cielo, la tierra y todo lo que contienen. Virgen Madre de Dios.

Alégrate, llena de gracia, por que has dado al mundo a nuestro salvador Jesucristo.

Virgen de la Alegría, Madre de Dios, ruega ahora por nosotros pecadores, para que des paz a nuestro mundo, los pueblos olviden los odios y rencores, se vean libres de la guerra, de la miseria, de la injusticia., Ruega por nosotros, para que cada día seamos más solidarios, creamos más en la fraternidad, pensemos más en los demás y pasemos por el mundo haciendo el bien, sirviendo siempre, como tu hijo no enseña, como tú misma lo hiciste.

Virgen de la Alegría, ayúdanos a reconocer como Salvador a tu hijo Jesucristo que con el Padre y el Espíritu Santo, vive por los siglos de los siglos. Amén.