Canción: Sube el Nazareno.
Entra procesionalmente la imagen del Cristo del Consuelo.
Al contemplar la imagen de Cristo crucificado, el hombre bueno, el inocente injustamente condenado, el Dios rechazado queremos confesar que Jesús fue superior al estado y a la raza; fue mucho más que una revolución.
Al comienzo de nuestra era, cuando reinaba Tiberio, nadie supo decir exactamente ni dónde, ni cuándo, un personaje del que muy pocas cosas sabemos abrió una brecha en el horizonte del hombre. No era, seguramente, ni un filósofo ni un tribuno, pero debió vivir de tal forma que toda su vida venía a decir: cada uno de vosotros puede en cualquier momento recomenzar su vida.
Decenas, quizá centenares, de narradores populares, han cantado esta buena noticia. Conocemos tres o cuatro. El impacto que ellos recibieron lo han expresado con las imágenes de la gente sencilla, de los humildes, de los ofendidos, de los apaleados, cuando éstos se ponen a soñar que todo ha llegado a ser posible: el ciego empieza a ver, el tullido a caminar, los hambrientos en medio del desierto se hartan de pan, la prostituta se da cuenta de que es toda una mujer, el hijo muerto vuelve a la vida.
Para gritar hasta el fin la buena noticia era preciso que él mismo, por su resurrección, nos hiciera saber que todas las barreras habían sido abatidas, hasta la misma barrera suprema de la muerte…
En este hombre el amor debió ser incendiario, subversivo. Si no, no lo hubieran dejado morir en la cruz.
Su vida y su muerte son también nuestra; pertenece a todos aquellos para quienes la vida tiene un sentido.
Al contemplar a Jesús muerto en la cruz, donde aparentemente desaparece toda esperanza, mi fe es ésta:
Para mí no hay salvación más que en Jesucristo
Por el mundo y por mí tengo confianza en Jesús de Nazaret. Es el único salvador y maestro.
Fue el hombre verdadero, como nadie puede serlo por su propia fuerza. Murió en una cruz por los otros y por el mundo, igual que por mí. Resucitó. Está presente en todos los hombres, y para servirlos recluta a su Iglesia sin tener en cuenta nuestras distinciones.
Actúa mediante los hombres en la historia para conducirla a su fin, un universo reconciliado en el amor.
Así, no creo en la fatalidad de la violencia, ni del odio, ni de la catástrofe, ni de la muerte, porque creo que sólo Jesús libera al hombre para libres decisiones.
Gracias a él, mi vida tiene sentido, como también el universo.
Por el mundo y por mí, creo y espero en Jesús de Nazaret, el que murió por mí, por vosotros, por los hombres de todos los tiempos.
Canción: A la hora de nona
Rememoramos la sepultura de Jesús
A.
Estaban María, la Madre del Señor; Juan, el discípulo amado, María Magdalena y las hermanas de María sentados juntos a la cruz mirando el cuerpo de Jesús crucificado entre ladrones
B.
Jesús, ha muerto.
Está blanco sin sangre, cerrados los ojos, caída la cabeza.
A.
Levantándose se dispusieron para bajar de la cruz el cuerpo de Jesús. José de Arimatea y Nicodemos, lentamente y con cuidado, van quitando los clavos que sujetan el cuerpo al madero de la cruz, y lo descuelgan.
Todos reciben el cuerpo del señor y lo ponen en tierra. Todos se colocan alrededor y todos lloran.
B.
María, la Madre de Jesús, agarra el cuerpo del hijo de sus entrañas, le coloca sobre su seno, allí descansado sobre su regazo lo contempla.
Ahora ya está libre.
Inerte, pesado como un fardo, parece un juguete roto, sin vida, que ya no hace gracia.
Este que ahora ha muerto en la flor de la vida nació una oscura noche cuando ella, la Virgen Madre, era aún muy joven. Ella le llevó durante nueve meses en su seno; ella le engendró.
Paso a paso ella fue siguiendo su itinerario, su crecimiento, el afianzamiento de la personalidad de aquel joven, tan igual a todos y tan diferente…
… Y ella que no entendía muy bien lo que Dios quería del Hijo de ambos, de Jesús, lo vio un día alejarse de casa; iniciar una vida de caminante que predica la Buena Nueva, el evangelio de la salvación.
Sola, viuda del carpintero José, con un hijo que anda por los caminos predicando verdades que hieren a los poderosos…
María, tan sola en su silencio, ha pensado una y mil veces que le pedía Dios a Jesús.
A.
Ahora al pie de la cruz, ante el cadáver de su hijo, ella lo entiende:
Jesús ha tenido que ser el hombre más inocente de la tierra, el más justo, el mejor, aquel cuya muerte no es el final de la Historia, sino el principio de la Esperanza.
Y ella anegada en un mar de amargura, triste en su pesar de Madre, comienza a esperar lo imposible.
C.
Vosotras que pasáis por el camino, mirad haber si hay dolor mayor que el de María.
Pero ella, sumida en su dolor, ante el cuerpo de su hijo, sólo sabe perdonar y esperar.
Los perdona, pues ellos, los pecadores no saben lo que hacen…
A.
José ruega a Nuestra Señora que permita envolver el cuerpo de Jesús en unos lienzos y darle sepultura. Ella se oponía diciendo:
C.
No queráis, amigos míos, quitarme tan pronto a mi Hijo, o sepultadme con él.
Juan, el discípulo amado y Nicodemos, con los otros comenzaron a arreglar el cuerpo del Señor; mientras tanto Nuestra Señora continuaba teniendo la cabeza de su Hijo apoyada en su regazo, reservándola para arreglarla.
Ella viendo que no puede detener más la separación, pone su rostro sobre el de su Hijo y le dice:
C.
Hijo mío, en mi regazo te tengo muerto y es muy dura la separación que me ha causado tu muerte… Hijo mío has recibido ahora la muerte como si fueras un criminal. ¡Oh hijo mío, cuán amarga es esta separación!
A.
Después lavó el rostro de su Hijo y besándole envolvió su cabeza en un sudario.
Entonces todos adoran de rodillas al Señor, y besando sus pies, llevan al sepulcro a Nuestro Señor.
Nuestra Señora se levantó y puesta de rodilla se abrazó al sepulcro y dijo:
C.
Hijo mío, no puedo estar más contigo, yo te recomiendo a tu Padre.
A.
Levantando los ojos al cielo dijo:
C.
Eterno Padre, os recomiendo a mi Hijo y a mi alma que dejó con él.
A.
Dicho esto comenzaron a retirarse. Cuando llegaron a la cruz se arrodillo nuestra Señora y la adoró diciendo:
C.
Aquí reposó mi Hijo y aquí esta su preciosa sangre.
A.
Desde aquí se dirigieron hacia la ciudad y ella continuamente volvía la cabeza para mirar atrás…
Al aproximarse a la ciudad las santas mujeres le pusieron un velo, como viuda, cubriendo casi todo su rostro. Iban ellas delante, y Nuestra Señora Velada, las seguía llena de suma tristeza entre Juan, el discípulo amado, y la Magdalena.
A.
Cuando llegaron a la casa se retiró y arrodillándose comenzó a llorar amargamente, diciendo:
C.
Hijo mío ¿dónde estás que no te veo? ¿Dónde está tu padre que te amaba con tanta ternura? ¿En dónde estás hijo mío?
B.
Todos estaban llenos de aflicción y dolor como huérfanos, tristes, pero sentados juntos, recordaban lo pasado…
Nuestra Señora permanecía con el ánimo tranquilo, pero, de cuando en cuando, le asaltaba el dolor, y el recuerdo de todo lo que había sucedido durante la pasión de su Hijo: la traición de Judas, la huida de los apóstoles, la negación de Pedro, los insultos proferidos contra Jesús, la flagelación, la crucifixión y su lenta agonía.
…Y en su soledad clamaba:
C.
¡Dulce y querido hijo! ¿Cómo fue posible que tuvieras que tomar sobre ti el tormento de la cruz?
¡Hijo mío y Dios mío! ¿Cómo pudiste tolerar lanzas, bofetadas, clavos, burlas, corona de espinas y manto de púrpura, al esponja, la caña, la hiel, y el vinagre?
¿Qué mal hiciste? ¡Hijo mío! ¿En qué has ofendiste a los poderosos? ¿Por qué te clavaron en esa cruz los hombres injustos y desagradecidos?
¡Tú les curaste sus paralíticos y enfermos! ¡Tú les resucitaste sus muertos!
He visto tus sufrimientos, la muerte inmerecida y no he podido ayudarte.
A.
Tristes, llenos de aflicción y dolor, esperan, pues presiente que la muerte de Jesús habrá de ser el inicio de una primavera de alegría y de vida nueva.
Canción: Dolorosa
Meditación
Ante la imagen de Jesús muerto, reposando en el sepulcro, el hombre bueno que paso por el mundo haciendo el bien y curando a los que sentían la opresión del mal, nos hacemos la pregunta que tantos se han hecho a lo largo de los tiempos: Señor, ¿Dónde estás? Pues es difícil, contemplando la imagen de Jesús muerto, encontrarse a Dios en el esplendor de la liturgia, en las elucubraciones mentales de los discursos filosóficos o teológicos.
Dios no está en los caminos de muerte y de injusticia, Dios no se encuentra allí donde se da la opresión o donde se niega la dignidad de la persona.
Por el contrario a Dios se le percibe donde se construye y ama la vida, donde se da el compromiso por la justicia y la libertad, donde se es fiel al ser humano, no vendiendo la propia dignidad, rechazando los falsos dioses, dioses de esclavitud y de muerte. Dios está allí donde uno compromete su vida en construir un mundo mejor, está allí donde un hombre trabaja y un corazón le responde.
El sacrificio de Cristo no fue una acción litúrgica realizada en el interior de un templo, sino la entrega de su propia vida realizada en medio del mundo, allí donde el ser humano vive la vida y construye la convivencia. El culto que damos a Dios no debe ser más que la expresión de una vida comprometida, de una vida que es fiel reflejo del único que es bueno, compasivo y misericordioso, reflejo de Dios. El verdadero culto que damos a Dios está en el trato con la gente, el partir el pan con el hambriento, el vestido con el desnudo, el llevar una palabra de consuelo al triste, el perdonar y acoger al que vuelve: “Tú que sigues a Cristo y que le imitas, tú que vives de la palabra de Dios, tú que meditas en su ley noche y día, tú que te ejercitas en sus mandamientos, tú estás siempre en el santuario y nunca sales de él. Porque el santuario no hay que buscarlo en un lugar, sino en los actos, en la vida, en las costumbres. Si son según Dios, si se cumplen conforme a su mandato, poco importa que estés en tu casa o en la plaza, ni siquiera importa que te encuentres en el teatro; si sirves al Verbo de Dios, no lo dudes, tú estás en el templo”. (Orígenes)
El Dios de Jesús se nos presenta como el padre de la misericordia, que perdona y acoge al pecador, consuela al triste, ayuda al pobre, es el que nos quiere no por nuestros méritos, sino por ser hijos suyos.
Por eso a Dios le percibimos allí donde hay amor, donde hay vida, donde el perdón vence al odio y la indulgencia a la venganza.
A Dios se le percibe en la belleza de la naturaleza, en el espesor del mundo, en lo complicado de la vida humana, donde alguien se debate en el dolor y otros gozan en la alegría, le percibimos como vida que se da en el que nace y como el acoge la vida del que fallece.
Dios está ahí, en todo y en todas las partes, pero es algo más que todo, es la realidad que funda todas las cosas y a la que tienden todas: en él vivimos, nos movemos y existimos.
Al contemplar la imagen de Cristo muerto, debemos purificar nuestra fe, el modo y la manera de comprender a Dios, para percibirlo en todo y no confundirlo con todo, pues Dios está en la flor, en el azul del cielo, en el niño y en el anciano, en la lucha por la justicia, en el dolor y en la felicidad; pero no es ni el dolor, ni el azul del cielo, ni el niño, ni el anciano, es algo más, siempre está más allá.
Es difícil definir a Dios, el apóstol decía que Dios es amor, al Dios de Jesús se le conoce por lo que Jesús hacía, las obras de Jesús son la obras de Dios, y Dios es como era Jesús, buenos, compasivo y misericordioso. Y a Dios hoy se le conoce por la sobras que hacen los que dicen creer en él, Jesús decía que hemos de parecernos al padre del cielo, siendo como él buenos, misericordiosos y compasivos. Nuestras obras hacen presente a Dios o le ocultan a los ojos de nuestros contemporáneos, de ahí la importancia que tiene el tomarnos en serio la vida, el ser coherentes con lo que decimos creer. Debemos llevar en nuestra vida las marcas de Cristo, que no son las llagas de los clavos de la cruz, sino las actitudes con que él pasó por la vida. Allí donde los cristianos hacen las obras de Jesús, se aman como él nos amo, guardan su recuerdo y celebran su presencia en medio de la Iglesia, perdonan y acogen al pecador, redimen la vida de todo lo que le quita bondad y hermosura, allí está Dios.
De pie recibimos la imagen de Cristo Yacente. Toque de tambor. Al colocar la imagen se canta Santo entierro
Peticiones
Para que no convirtamos la cruz en la condecoración que lucen en su pecho los satisfechos y los arrogantes, y siga siendo el símbolo de los que luchan para que en esta tierra haya más igualdad entre todos, más solidaridad con los crucificados de la historia y más fraternidad entre todos los hijos de Dios. Roguemos al Señor
Para que sepamos acercarnos con bondad a quien sufre, a quien está indefenso, compartiendo su sufrimiento, ayudándonos a llevar la misma cruz de Jesús, pues así alcanzamos la salvación y contribuimos a la salvación del mundo. Roguemos al Señor
Para que en las horas de oscuridad, cuando parece que Dios esta ausente, no perdamos la luz de la esperanza, y creamos que el Señor, al que hoy contemplamos muerto y mañana celebraremos resucitado, es nuestro Señor y Salvador. Roguemos al Señor
Que cada vez que nos sintamos solos en el camino de la vida no olvidemos que el Señor va con nosotros, que no nos olvidemos de pedirle en medio de nuestras necesidades, que no nos cansemos de seguirle, pues él nunca se cansa de acompañarnos. Roguemos al Señor
Ya que hemos sido creados por Dios y para Dios, no perdamos la confianza de saber que estemos donde estemos, Dios siempre va a ir a buscarnos; que hayamos caído donde hayamos caído, Dios nos va a encontrar, porque Él no va a dejar de reclamar lo que es suyo. Roguemos al Señor
Repetimos la oración que nos enseñó Jesús
Padre, al contemplar a Cristo muerto por amor a nosotros, queremos pedirte que, cuando él llegue, podamos reconocerle, que no perdamos la confianza en su palabra: “El que es fiel a mis palabras no morirá para siempre”, y es que el que es fiel a las palabras de Cristo, será buscado por Él, que es la Resurrección y la Vida. Te lo pedimos por él que vive y Reina por los siglos de los siglos.
Canción Alma de Cristo.
En silencio pasamos a venerar a Cristo Yacente haciendo una leve inclinación de cabeza ante la imagen. Salimos por el pasillo central y nos retiramos por los laterales.